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Solo un juego de luces y sombras

En la oscuridad, las sombras parecerían no existir. Camino al sol, en cambio, se hacen cada vez más grandes. Si decidimos emprender este extraordinario viaje de contrastes y dualidades, se presenta una disyuntiva: caminar sin jamás voltear sintiendo la presencia de nuestra sombra como una entidad ajena que nos susurra al hombro; o tornarnos para reconocerla como una parte de nosotros que nos protege incondicionalmente en cada paso que damos.

Rumbo al sol, la luz a menudo enceguece. Sobre todo a quienes vivimos en un continente obsesionado con los brillos, las superficies lustrosas, y que cada tanto olvida que no todo lo que brilla es oro. Este deslumbramiento nos impide ver en la oscuridad esa mitad de nosotros que se esconde detrás de la máscara que exhibimos ante el mundo con todos los destellos que consideramos nos abrirán las puertas del cielo. No por nada las crisis de identidad hoy en día resultan de lo más ordinarias. Solo mirando aquellas partes no iluminadas de nuestro ser podremos conocer quien realmente somos, más allá de las apariencias.

Misteriosas las sombras… Tan difíciles de reconocer cuando han vivido siempre proyectadas ante nuestros propios ojos. Pero cada uno ve lo que desea ver. Si tan solo nos animáramos a iluminar los rincones más desatendidos de nuestra mente, comprenderíamos que cuando señalamos con el dedo hay otros tres que apuntan hacia nosotros, y que en nuestro interior habitan las virtudes de aquellos que admiramos con lo más profundo del alma. La vida, para quienes se animan a vivirla a la luz del sol, no es más que un lúdico juego de luces y sombras.

Es verdad. No todo lo que brilla es oro. Pero no es tener oro en mano lo que hace al alquimista más sabio, sino la intención de realizar una inigualable transformación para hacer brillar algo que solía vivir en las penumbras. ¿El primer paso? Remover impurezas. Impurezas del ego como el miedo que nos impiden reconocer a nuestras sombras por lo que verdaderamente son: poderosos titanes que protegen nuestras dolencias más íntimas y nuestro ser en su máxima expresión.

Ser o no ser, se cuestionaba Hamlet. ¿Qué tal ambos?

¿Qué pasaría si nos animáramos a salir de la oscuridad para ver la luz? ¿Qué sucedería si volteáramos para mirar a los ojos a nuestra tan recluida sombra? ¿Qué ocurriría si nos responsabilizáramos por lo que somos en nuestra totalidad, y no solo por aquello que pulimos cada mañana ante el espejo?

Atrevámonos a conocer quien en verdad somos, porque la luz solo ilumina y las sombras solo se proyectan sobre la materia. Materia que algún día dejaremos ir. Para brillar, debemos primero transitar los lugares más oscuros de nuestro ser. Porque solo bajo tierra se siembran los frutos más sabrosos como la empatía, la creatividad y todos esos dones que tanto idolatramos en otros. Animémonos a ser, porque de todos modos, algún día nos tendremos que deshacer.

The Magic Berry