El desafío previo al amor propio

Amor propio. Palabras mayores en las que vengo reflexionando hace ya un tiempo. Estamos atravesando un momento maravilloso en la moda, en el que los estereotipos de belleza comienzan a perder trascendencia para construir un nuevo paradigma que invite, sobre todo a las nuevas generaciones, a celebrar su imagen única e irrepetible, tal y como es.

La gran pregunta es ¿por dónde se empieza? ¿cómo se logra esa plenitud del amor propio? Sigo a tantas musas en las redes sociales que incentivan a abrazar este concepto y a empoderarnos con esas perfectas “imperfecciones” que nos hacen bellos, humanos y únicos.

Hace un mes entrevisté a Vanessa Romo para Vogue México, una extraordinaria modelo xicana con la misión de romper barreras y tachar etiquetas en la industria. Tuvimos una profunda e inspiradora conversación que me dejó reflexionando por días en la misma pregunta. ¿Cómo se llega a la abundancia del amor propio que hace brillar a esta increíble persona con quien tuve el placer de filosofar?

Comencé por mirarme al espejo y reconocí que no es tan sencillo. Creo amarme en distintos niveles espirituales e intelectuales, pero con el cuerpo es diferente. Crecí con los ojos en la moda y por más apasionante que eso pueda ser, no es tan simple comunicarle al subconsciente que el mundo está cambiando y que mi cuerpo es perfecto tal como es.

Entonces, volviendo a la pregunta ¿por dónde se empieza? Comencé a pensar en la relación que tengo con mi cuerpo, como pienso en cualquier otra relación. Una relación laboral, por ejemplo. ¿Amamos a nuestro nuevo jefe, cliente o compañero de trabajo desde el primer día? No necesariamente. ¿Por dónde comienza la construcción de esa relación antes de que haya cierto grado de afecto? Y ahí surgió la respuesta: toda relación comienza por el respeto.

Me pregunté entonces qué sucedería si dejara de lado la ambiciosa meta del amor propio por un tiempo, y comenzara por el respeto. Al principio era una idea abstracta, pero con los días se empezaron a manifestar distintas posibilidades sobre cómo cultivar el respeto por mi cuerpo.

La primera: cambiar el diálogo interno. Dirigirme a mi misma con la cordialidad que me dirijo a los demás. Podemos ser tan duros con nosotros mismos a veces… Creo que hablarnos con el mismo respeto que le hablamos a un amigo es sin duda el primer paso.

El segundo peldaño fue hacer ejercicio cotidianamente desde el conocimiento de que, no está mal querer vernos de otra manera, siempre y cuando tengamos metas realistas y saludables. A las dos semanas de hacer gimnasia mi cuerpo se veía prácticamente igual pero mi percepción ante el espejo era distinta. Porque veía reflejado un cuerpo que estaba siendo atendido y cuidado. Siendo activo ante esas ganas de verse y sentirse mejor. Siendo respetado ante sus necesidades.

También comencé a hacer cosas más pequeñas como respetar el sentir de mi organismo por más tentadora que sea la carta de postres; dormir media hora más si lo necesito aunque eso implique reajustar mi agenda; ponderar las prendas que lucen sensacionales en mí y quitarle relevancia al jean que no cierra; y cada tanto, regalarme un mimo como pueden ser quince minutos de una refrescante máscara facial, solo porque sí.

Hoy, después de un mes cultivando el respeto por el sagrado templo en el que habito, puedo decir que poco a poco, comienzo a vivenciar ese dichoso sentimiento tan en boga, que llamamos amor propio.

The Strawberry Blonde