
Cafés de Montevideo para trabajar remoto
El aroma a café recién molido, el sonido de las máquinas de expreso a toda presión, un constante murmullo de fondo y rostros conocidos de desconocidos con los que me cruzo a diario en mis cafés preferidos de Montevideo.
Hace siete años (creo), desayunaba un latte que solía llamar capuchino con una, dos y tres cucharadas de azúcar. Un hábito que jamás habría considerado cambiar si no fuese por La Madriguera, en aquel entonces, el primer café de especialidad que llegó a revolucionar nuestra pequeña ciudad, con la ambiciosa misión de cambiar un hábito sagrado en la gente: cómo bebe su café de la mañana.
La Madriguera era un lugar pequeño con luz tenue; una madriguera, como lo sugería su nombre. Una gran biblioteca con clásicos de la literatura, las últimas ediciones de The New Yorker sobre el mostrador y un reducido grupo de personas trabajando y tomando café, hacían de aquel rinconcito escondido de la ciudad, el secreto más cool.
En ese entonces, yo era parte del reducido porcentaje poblacional que trabajaba remoto y finalmente había encontrado un lugar donde podía hacerlo fuera de casa. Empecé a frecuentar La Madriguera y a reconocer las mismas caras cada mañana, pero aún así, no me sentía del todo parte de la movida. Al principio tenía la intuición de que era por destruir el latte art sobre mi taza revolviendo mis cucharadones de azúcar, pero luego entendí que era sobre el azúcar en sí. ¡Eureka!
La incomodidad duró un tiempo, hasta que un día reconocí en los sutiles y un tanto juiciosos gestos del barista, una expresión en mí. La misma expresión que formulo inconcientemente cuando luego de emplatar una deliciosa comida, alguien pide Kétchup. Y entonces entendí que seguramente estaría tapando algo extraordinario con mis una, dos y tres cucharadas de azúcar. Fue a partir de aquel momento que me abrí al apasionante camino de adquirir el gusto al café de especialidad.
La Madriguera comenzó una movida cultural en Montevideo. Hoy, luego de haber cruzado el charco un sinfín de veces y de haber recorrido el Viejo Continente, puedo afirmar que pocas ciudades en el mundo compiten con la extraordinaria cultura de café de especialidad de esta pequeña ciudad. Debajo dejo algunos de mis lugares preferidos para sentarme a escribir (y recomendaciones de qué pedir para acompañar el mejor café).
La Madriguera
La Madriguera en Carrasco ya no es más un rinconcito escondido en la capital, pero el crecimiento a un local más amplio no afectó en lo más mínimo la calidad del producto. El menú del mediodía es tan especial como el café que sirven, si bien mi nueva obsesión es la galletita de mantequilla de maní que acompaño (solo una vez por semana) con el expreso que bebo en la barra de afuera.
Nona
Adentro pero al sol. Nada que disfrute más que sentarme a escribir en el jardín de invierno de Nona, con vista al ecléctico Hotel Carrasco. El Alfabrownie es un irresistible clásico que no falla y probablemente sea el alfajor más generoso en dulce de leche del Uruguay. Vale la pena estar atentos a las redes de Nona para no perderse las Nona Nights, divertidas noches de tapeo realizadas esporádicamente. Para los celíacos: no dejen de conocer este paraíso; la carta es 100 % libre de gluten.
Culto
En el corazón de Montevideo, entre la calle Canelones y Joaquín Requena, se reúnen artistas, creativos, y emprendedores a tomar café. Paredes grafiteadas, máquinas industriales que tuestan los granos in situ y grandes ventanales que hacen a las veredas parte de la escena, caracterizan a Culto: probablemente el café más cool de la ciudad. ¿Mis mayores tentaciones? El alfajor de chocolate belga, dulce de leche, maní y sal marina, y el iced latte.
La Latina
Bajando un par de escaleras y un tanto escondido entre las plantas sobre la vereda de Avenida Brasil, se encuentra otro de mis cafés predilectos: La Latina. Nada como un íntimo brunch de fin de semana en este café con especialidades regionales. Los mejores métodos y el espacio más acogedor para sentarse a leer en un sillón, trabajar o reencontrarse con un viejo amigo por Pocitos.
La Farmacia
Como lo sugiere su nombre, este café de especialidad fue montado sobre una antigua farmacia en la Ciudad Vieja, por los mismos socios de La Madriguera. Es, en verdad, la misma propuesta solo que situada en el casco antiguo de la ciudad y con una ambientación que vale la pena sentarse a observar con un café en mano. El café de Seis Montes que sirven es por lejos mi preferido (y el que encargo semanalmente a casa para preparar mi prensa francesa de cada mañana).
Obrador Social Club
Obrador Social Club, anteriormente conocido como “El Club del Pan”, se encuentra en una esquinita en el Parque Rodó que cautiva con su aroma a pan recién horneado. Lo mejor, aparte del café, son sus sándwiches, aunque si bien no tuve oportunidad de probarla, los rumores del barrio dicen que la pizza de masa madre es igual de buena. Una recomendación: ver los horarios de apertura antes de ir.
The Lab en Museo Nacional de Artes Visuales
Un cubo de cristal en medio del jardín del Museo Nacional de Artes Visuales, con el exquisito café de The Lab Coffee Roasters y sus tan tentadoras porciones de torta. Así describiría este rincón tan especial de la ciudad, mágico para escribir dentro del cubo un día lluvioso y perfecto para tomar un café al aire libre luego de una vuelta por el museo.